Ahí estaba,
con sus grandes ojos
y su maléfica sonrisa,
amenazando con
producir pánico;
tratando de llevar
su ira hasta las
últimas consecuencias;
demostrando que
no siempre un iris
y una retina con colores claros,
son sinónimo de bondad,
mucho menos de ternura
y menos de verdad.
Ahí estaba,
desdoblándome,
observando eso que
siempre está oculto y
que por ello damos fé
que no existe.
Ahí estaba
frente al espejo,
ese que no siempre
es de cristal y
y que no siempre refleja
nuestra vanidad.