Debo confesar que tengo cierta obsesión
con el tema de las redes sociales, con el hecho de que irónicamente sea gracias
a estas que internet ha llegado tan lejos, ha avanzado tanto. Y aunque no he
superado —y dudo que lo haga— el hecho de que la gente quiera celulares con
cámara fotográfica de gran resolución, no para que los paisajes se vean más
coloridos, ni para que captar de forma más nítida situaciones asombrosas que
ocurren en las calles, en la vida que es por donde se extienden esas rutas de
asfalto, sino para que su sonrisa, o sus ojos, se vean a mayor resolución
mientras posan, no como se decía hace unos años de forma casual, sino con una
pose totalmente preparada, como de manual, repetida cientos, miles de veces,
por quienes tienen un dispositivo de estos. A pesar de ello, ya no me trasnocha
—tanto— que los celulares “inteligentes” basen su potencial, su popularidad, en la posibilidad
de acceder a la mayor cantidad de redes sociales posibles.
Es cierto, las redes sociales no son
internet, aunque por ellas transita una parte (no sé si gran parte) de lo que
hay en esta gran red. Lo que sí creo, y es aquí donde aparece la palabra
inadecuada del comienzo, es que más importante que transmitir una noticia
estremecedora con los contactos, más importante que compartirle a nuestros
amigos los hermosos rincones de nuestro planeta con nuestras caras tapándolos
parcialmente, mucho más importante que recomendar un video, un libro, una
canción, o incluso, muchísimo más importante que mostrar nuestro disgusto con
alguna injusticia, es tener un like, un fav, o como se llame en la respectiva red
social.
Es casi orgásmico, hace que el ego sienta
un gran placer; es adictivo y, por más de que se esté cansado, por más de que ya
se haya hecho muchas veces durante el día, ahí está la tentación de poner algo
nuevo, cualquier cosa, desde un “like si odias los lunes”, hasta un “estoy
saliendo de la oficina”. Luego, solo hay que esperar a que comiencen a llegar
las notificaciones y entonces... que comience la masturbatoria.
Lo importante no es lo que se diga, lo
importante es saberlo decir, pero no para que lo entienda la mayor cantidad de
gente, sino para recibir el anhelado premio. Quizá es por eso que me canso y me
canso de andar, deambular, por los pasillos de las redes sociales, porque ya no
le encuentro placer, ni sentido, a esto. Me cansé de marturbarme. Por eso mismo, cada tanto mis amigos me escuchan
las repetidas amenazas de que voy a salirme de ellas, aunque saben que me falta
una pizca de valor para hacerlo. Pero mientras me decido, el único antídoto del que dispongo
es eliminar, dejar de seguir a todos (sin excepción) los periódicos, diarios y
canales de televisión que hablen de la actualidad, de las noticias del mundo. No los quiero oír más, no me
importa que el mundo se siga cayendo a pedazos y no lo pueda seguir segundo a segundo, minuto a minuto en
vivo, mientras sucede (sí, egoísta y qué). Ahora el problema, o dilema, que
tengo es cómo hacer, qué hacer, con esos familiares y amigos cercanos, que
difunden estas tragedias, dramas, excentricidades, absurdos y demás que no paran de aparecer. Sólo se me ocurre decirles aquella clichesuda frase, y
que en este caso es cierta: “no eres tu (o la forma en que te masturbas para tu
público) soy yo” y ocultarlos, o más bien, ocultarme.