28 de mayo de 2014

Rodilla, dolor y vacaciones.

Me gustaría decir que sí, que recuerdo el momento exacto en que ocurrió y que, además, fue un dolor tan punzante, tan profundo, que quedé tendido en el piso sin poder hacer otra cosa más que retorcerme y ver cómo las lágrimas se fugaban de mis ojos, una tras otra, tras otra, en una interminable caravana. Pero la verdad es otra, la verdad es que ni yo sé bien qué fue lo que pasó.

Un día —tal vez un lunes ya que los lunes comienza la semana, los lunes se regresa a trabajar, se acaba el descanso. En definitiva, los lunes comienzan todos los males, la avaricia, las apariencias, las ganas de ser, la necesidad de tener, etc— desperté, me levanté de la cama y comencé a sentir que mi rodilla derecha estaba viva, como si ella tuviera manos y dedos, y con uno de ellos estuviera golpeando mi rótula insistentemente, como quien martillea un hombro o una espalda para llamar la atención de alguien y que al fin voltee a mirar. Eso es todo lo que recuerdo.

Yo no tendría ningún problema en cargar esta molestia conmigo unos días, quizá unas semanas, pero cuando las anheladas vacaciones están tan cerca, a la vuelta de la esquina, y cuando estas incluyen un viaje a visitar a la familia, a los amigos que hace años no se ven, la cosa comienza a ser molesta. Así que sin dudarlo le hice caso a mi novia y fui a terapia.

Al llegar al médico y ser examinado por este, lo primero que dijo, casi sin pensarlo fue: "Jugando fútbol..."—hizo una larga pausa (creo que fue larga o al menos así lo sentí) y agregó— "...me parece que no fue, aunque sea una lesión típica de los que practican este deporte". Obviamente aquel comentario, más allá de haber sido pronunciado con el fin de impartir gracia —o eso me parece— ni me lo tomaba personal, ni me parecía gracioso, pero debo admitir que en el fondo me hubiera gustado que la lesión que en ese momento cargaba fuera el resultado de una aparatosa caída luego de disputar un balón, salir corriendo con este hacia el área rival, esquivar a 1, a 2 y luego... recibir una barrida antideportiva por detrás, que además despertó la furia de mis compañeros de equipo. Pero estaba lejos de la realidad y además me sentía un poco culpable de aquella situación, de que aquel hombre de bata blanca pensara eso, sobre todo porque hace unos meses —bastantes meses—sí me ejercitaba, no al punto de ser admirado por mi físico o de despertar suspiros en mujeres, pero por lo menos me movía un poco más que hoy que a duras penas voy en bicicleta al trabajo... —¡BICICLETA, eso es!—Sin dejar pasar mucho tiempo después del silencio incómodo, proseguí a tratar de explicarle que fue andando de prisa en la bicicleta, que a veces salgo tarde de casa y tengo que ir muy rápido hasta el trabajo para llegar a tiempo, o medianamente a tiempo. No sé si me creyó o no, el caso es que el hombre me miró a los ojos, luego volvió su mirada hacia la rodilla y luego, su boca hizo un gesto rotundo que aún lo recuerdo y que precedió a unas palabras que acabaron con mi fantasía: "No lo creo, pero comencemos".

Durante dos semanas fui a que me metieran la rodilla derecha en una especie de tubo electromagnético por 20 minutos. Durante dos semanas, una vez en la mañana y otra en la noche, me puse hielo en el lugar de la inflamación. Durante dos semanas desperté con la ilusión de despedir aquel dolor para comenzar a jugar fútbol, que es el deber que la masculinidad impone. Pero todo fue en vano, porque no solo el dolor jamas se fue sino que aumentó y entonces comencé a parecer de verdad como un futbolistas lesionado que caminaba con cierto tumbado, cierta cadencia, por culpa de algún bruto que no supo medir su fuerza a la hora de quitar el balón. La desilusión no pudo ser mayor.

Finalmente llegaron las vacaciones y tuve que viajar así. Por supuesto que lo disimulé muy bien, porque más humillante que un médico que se burle del estado físico de su paciente es un familiar o amigo diciendo "pero se está tomando la sopa ya ni puede caminar bien por eso" o cualquier otro comentario por el estilo... eso sin incluir el trato de bebé que cualquier mamá, a cualquier edad está dispuesta a proporcionarle a su bebé que hace mucho dejó de ser bebé. Así que practiqué a solas, en cada baño que visité, en cada especie de pasarela improvisada que encontré y me encomendé para que mi rodilla no me robara protagonismo. Felizmente puedo decir que mi plan fue todo un éxito y que además nadie dijo nada por el deplorable estado físico—no sé si fue porque metí barriga sin darme cuenta o porque no estoy tan mal como creo estar—.

Vacaciones, ¿era a caso eso lo que me estaba pidiendo mi rodilla? y con vacaciones no me refiero a que descansen ellas, porque claramente ellas están felices en mi cuerpo porque no son exigidas, porque tanto a ellas como a mi nos gusta la vida simple, sin tanto agite, sin tantas correderas. Creo que al final todo se trataba de eso, porque cuando regresé al trabajo y recordé el dolor que cargaba en mi tan solo hace unos pocos días, tal molestia ya no existía. Traté de tocarme buscando el punto exacto del martilleo, pero fue imposible.

Ahora que es lunes nuevamente, puedo decir que por fortuna solo queda el recuerdo divertido de una rodilla. Pero como ya lo dije antes, los lunes no llegan solos, llegan con sus males y ahora siento que es mi corazón el que martillea, el que está vivo. Pero creo que la cura para él es mucho más complicada y no bastará con practicar movimientos con simular que no duele, porque la verdad es que sé muy bien que lo que está pidiéndome es que vuelva junto a esa gente que con mi regreso quedó atrás.