De pronto comenzó a sentir que las palabras huían de él,
comenzó a sentir que aunque su mano sintiera
profundas ganas de tomar un lapicero entre sus dedos
para luego salpicar una hoja, o muchas, con tinta,
las palabras se encontraban distantes.
"¿Pero por qué?"
"¿Qué hice, para merecer esto?"
"¿Qué debí haber hecho para evitar esto?"
Se preguntó una y otra vez,
pero no obtuvo respuesta alguna.
No siempre que se quiere, se puede.
No siempre que se puede, se quiere.
A veces la rutina pasa su cuenta de cobro,
a veces el yo se convierte
en un peso, un gran obstáculo
que impide el desprendimiento
que a veces, requieren las palabras.
Entonces decidió tenderse a sí mismo una trampa,
decidió pensar en sí mismo en tercera persona
y descubrió que ese otro escribía mejor que su yo.
¿Pero qué tanto estaría dispuesto a
abandonar ese yo que el tiempo había construído,
qué tanto estaría dispuesto a dejar de ser?
Esa era la pregunta
que ahora rondaba su cabeza.
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