17 de noviembre de 2015

Explotar

La verdad es que mis oídos lo más estruendoso que han escuchado, a parte de esos ritmos que me gustaban en la adolescencia y que los papás de algunos amigos llamaban música de lata, ha sido si a caso alguna puerta cerrada con rabia, tal vez cerrada por mí mismo, o algún accidente automovilístico, la clásica frenada en seco del carro que está por detrás y luego sí el BOOM —tal vez esta no es la onomatopeya más adecuada ya que hace referencia sobre todo a bombas, así que en este caso sería más un CLASH, o algo por el estilo—, o el motor de alguna motocicleta que resulta ensordecedor hasta para el diálogo ensimismado que se suele llevar en las calles cuando se camina solo.

De las bombas de aquella época de narcotráfico, pues la verdad es que aunque una que otra explotó relativamente cerca a donde yo estaba, ninguna llegó a mis oídos, así que no puedo dar detalles al respecto. Sí tengo el recuerdo de caminar por alguna calle y luego de un TAZ —sí, tengo problemas con las onomatopeyas, lo acabo de descubrir— algún amigo o familiar advertir que se trataba de un disparo, seguramente un robo, un atentado, o esas cosas que aparentemente solían ser exclusivas del tercer mundo.

Es por eso que intento averiguar cómo es un estruendo de esos que causan pánico, porque quiero estar preparado, porque estoy convencido de que el mundo va a explotar. Por supuesto que Hollywood tiene miles, tal vez millones, de estas películas y sí, no voy a posar de culto diciendo que no he visto ninguna de estas porquerías porque lo mío es el cine de autor, he visto muchas de estas, más de las que conscientemente admito. Pero (casi) ninguna dejó marca en mi, así que los títulos de ellas no están tan claros en mi mente y, por otro lado, seguro —segurísimo— que no son tan fieles a la realidad, porque si por algo destaca este cine es por la exageración.

Así es, el mundo va a explotar, y no precisamente porque cada vez haya más terroristas, sino porque este cada vez más parece el reino de la locura y la paranoia. Es un mundo vigilado por cámaras de seguridad: siempre hay alguien, o algo, viendo al que ve y al que no ve. Un mundo con alarmas diseñadas a la perfección para cada espacio; con armas para llevar hasta en la billetera; con hashtags que dan cuenta de todo tipo de eventos. Claro, a esto se le debe agregar que cada vez hay más cosas con dueños: un asteroide, un árbol, un lago, una montaña, un cable, una red, una aplicación, etc. Y, paradójicamente, hay menos personas dueñas de algo, pagando por usar algo —como yo, que ni puedo hacer la lista de lo que mes a mes debo pagarles—. Pero no solo hay menos dueños, también hay menos agua, menos aire limpio, menos árboles, menos, menos, menos.

¿Y qué hay que hacer para esto? ¿Rezar, meditar, internarse en una selva o en lo más profundo de un bosque? Es posible, pero por ahora lo que tengo en mente es volver a lo básico, evitar los intermediarios, es decir lo que antes —y aún hoy— llamaban medios de comunicación que, a mi parecer, poco comunican y son los que están desatando, u ocultando, esta guerra (mundial). Porque ellos deciden qué tan fuerte suenan las bombas, o deben sonar, qué escándalos deben llamar la atención, en dónde debe ser destapada la corrupción y en dónde no, y hasta qué tragedias deben herirnos en lo más profundo.

Es decir, lo que tengo en mente es adentrarme cada vez más en mi, en mi familia y mis amigos, ser un completo egoísta y perderme la quema del mundo en vivo, porque por supuesto va a ser en directo y va a ser trending topic, porque será (es) algo de proporciones bíblicas, algo así como un nuevo big bang, solo que producido por esta, la especie que aparentemente es la más inteligente de todas, pero a la vez la más estúpida y por ende la peor.

8 de octubre de 2015

Enfermedades

Ahora que mi apéndice y yo nos hemos separado para siempre, me ha quedado tiempo para pensar, para observar. No es que antes de esta ruptura yo haya sido un ente que iba de lado a lado, como con una baba gigante colgando en la boca, es solo que desde la quietud de la cama el mundo se ve de otra manera, todo pasa más lento, incluso la llegada del sueño que para mi era algo tan veloz, que solo me bastaba apoyar la cabeza en la almohada y adiós realidad. Ahora cuesta un poco más, solo un poco, tan poco voy a posar de mártir insomne.

El caso es que he estado pensando sobre esto, sobre aquello, sobre lo otro. Una de las cosas que pasó por mi cabeza, pero no se fue, por lo tanto no ha pasado, es el universo de las enfermedades que nos habitan, que nos doblegan. Son tantas y cada una ataca de una forma diferente, a un órgano diferente, con una intensidad diferente.

Sin embargo, no sé si quiero pensar en estas enfermedades, en la tristeza de quienes las padecen en primera, segunda y hasta tercera persona, en el padecimiento para tratar de recibir una medicina, un tratamiento... en fin, lo dejo hasta ahí.

Hay otro tipo de dolencias, tal vez más silenciosas, o más fáciles de disimular. Dolencias que la cultura nos ha implantado y que, por esto mismo, usamos como excusa para llevarlas con orgullo y hasta con descaro. Estoy pensando en la infidelidad, esa terrible enfermedad sin huellas a la que para seguir su rastro habría que contratar a un detective, o simple y llanamente esperar a que un milagro lo revele, un desliz. No, no deja rastros en la piel, tampoco en el cuerpo como tal, aunque algunas veces —miles— fruto de esto un espermatozoide con puntería a aguado la fiesta.

Lejos de juzgar, trato de entender qué es eso que nos lleva a hacer perder la cabeza, qué nos lleva a ser tan egoístas, a buscar placeres fugases en otros cuerpos. Y, como lo dije antes, lo de la cultura es solo una excusa que a estas alturas del siglo hasta resulta vergonzoso usar, casi es tan penoso como ocultarse tras una cortina de silencio y no asumir el error cuando se es descubierto, o no reconocer que algo que debió haber acabado hace tiempo sigue vigente solo por quedar bien con la sociedad.

Pero, qué se puede esperar de esta sociedad, si esta es la que en verdad nos enseña a ser infieles, no solo con nuestras parejas, sino con nosotros mismos. Nos enseña a sentarnos en una oficina a teclear y teclear como desesperados, a mirar el reloj y suplicar que pase rápido el tiempo, porque así se es más productivo, porque para qué correr riesgos innecesarios como ser independientes, como explorar el arte que habita en uno, en todos, y que podría también convertirse en el sustento del día a día. Nos enseña a traicionar, a enaltecer la picardía, la malicia, la trampa bien hecha, a temer. No se puede esperar más de "la sociedad" y todos somos parte de ella.

La felicidad es, sin duda, lo que queremos, lo que buscamos y lo que necesitamos; felicidad y amor, dos palabras que han hecho pasar por cosa de hippies, cuando debería ser cosa de todos. Ser feliz sin hacer infelices a otros, amar sin causar desamor en otros; ser lo más transparentes que podamos.


A lo mejor así también terminemos eliminando algunos cientos de enfermedades de las primeras, de las que requieren hospitalización y medicinas.     

1 de octubre de 2015

La palabra inadecuada

Ya sé que la palabra tal vez no es la más adecuada, no solo porque tiene otro contexto que resulta censurable para muchos, sino porque son dos cosas totalmente diferentes. Sin embargo, la palabra no deja de darme vueltas en la cabeza: masturbarse.

Debo confesar que tengo cierta obsesión con el tema de las redes sociales, con el hecho de que irónicamente sea gracias a estas que internet ha llegado tan lejos, ha avanzado tanto. Y aunque no he superado —y dudo que lo haga— el hecho de que la gente quiera celulares con cámara fotográfica de gran resolución, no para que los paisajes se vean más coloridos, ni para que captar de forma más nítida situaciones asombrosas que ocurren en las calles, en la vida que es por donde se extienden esas rutas de asfalto, sino para que su sonrisa, o sus ojos, se vean a mayor resolución mientras posan, no como se decía hace unos años de forma casual, sino con una pose totalmente preparada, como de manual, repetida cientos, miles de veces, por quienes tienen un dispositivo de estos. A pesar de ello, ya no me trasnocha —tanto— que los celulares “inteligentes” basen su potencial, su popularidad, en la posibilidad de acceder a la mayor cantidad de redes sociales posibles.

Es cierto, las redes sociales no son internet, aunque por ellas transita una parte (no sé si gran parte) de lo que hay en esta gran red. Lo que sí creo, y es aquí donde aparece la palabra inadecuada del comienzo, es que más importante que transmitir una noticia estremecedora con los contactos, más importante que compartirle a nuestros amigos los hermosos rincones de nuestro planeta con nuestras caras tapándolos parcialmente, mucho más importante que recomendar un video, un libro, una canción, o incluso, muchísimo más importante que mostrar nuestro disgusto con alguna injusticia, es tener un like, un fav, o como se llame en la respectiva red social.

Es casi orgásmico, hace que el ego sienta un gran placer; es adictivo y, por más de que se esté cansado, por más de que ya se haya hecho muchas veces durante el día, ahí está la tentación de poner algo nuevo, cualquier cosa, desde un “like si odias los lunes”, hasta un “estoy saliendo de la oficina”. Luego, solo hay que esperar a que comiencen a llegar las notificaciones y entonces... que comience la masturbatoria.


Lo importante no es lo que se diga, lo importante es saberlo decir, pero no para que lo entienda la mayor cantidad de gente, sino para recibir el anhelado premio. Quizá es por eso que me canso y me canso de andar, deambular, por los pasillos de las redes sociales, porque ya no le encuentro placer, ni sentido, a esto. Me cansé de marturbarme. Por eso mismo, cada tanto mis amigos me escuchan las repetidas amenazas de que voy a salirme de ellas, aunque saben que me falta una pizca de valor para hacerlo. Pero mientras me decido, el único antídoto del que dispongo es eliminar, dejar de seguir a todos (sin excepción) los periódicos, diarios y canales de televisión que hablen de la actualidad, de las noticias del mundo. No los quiero oír más, no me importa que el mundo se siga cayendo a pedazos  y no lo pueda seguir segundo a segundo, minuto a minuto en vivo, mientras sucede (sí, egoísta y qué). Ahora el problema, o dilema, que tengo es cómo hacer, qué hacer, con esos familiares y amigos cercanos, que difunden estas tragedias, dramas, excentricidades, absurdos y demás que no paran de aparecer.  Sólo se me ocurre decirles aquella clichesuda frase, y que en este caso es cierta: “no eres tu (o la forma en que te masturbas para tu público) soy yo” y ocultarlos, o más bien, ocultarme.

28 de abril de 2015

Tiembla

¿Tiembla la tierra, o temblamos todos los humanos cuando recordamos, por las malas, que lo que nuestras suelas pisan es vida?
¿Tiembla la tierra, o tiemblan los pobres pobres, que son los que no tienen cómo pegar sus techos de paja y sus paredes de cartón al suelo, para que estos no se caigan con facilidad?
¿Tiembla la tierra, o tiemblan los damnificados que saben que un misil puede tardar unas pocas horas, minutos, hasta segundos, en ser enviado y recibido de un punto a otro, pero lo que llaman ayuda humanitaria, puede tardar décadas?
Tiembla la tierra, que se ríe de que pensemos que inexplicablemente sigue viva, que sabe que hay motivos de sobra para que todos, ricos y no tan ricos, tiemblen sin excepción.

24 de febrero de 2015

Vete!

Vete,
déjame en paz.
O no, mejor tómame,
pero no lo hagas disimuladamente,
ni con timidez,
hazlo por las malas,
con toda la severidad posible.

Estoy cansado
de sentir tu aliento,
tu respiración cerca,
pero a la vez distante.

Tómame súbitamente,
que no pueda seguir
encontrando escapatorias,
que no pueda seguir excusándome.

Tómame de una vez por todas,
querida crisis,
y que al fin,
empujado por ti,
pueda ser lo que he de ser,
o por lo menos,
lo que quiero intentar ser.

28 de mayo de 2014

Rodilla, dolor y vacaciones.

Me gustaría decir que sí, que recuerdo el momento exacto en que ocurrió y que, además, fue un dolor tan punzante, tan profundo, que quedé tendido en el piso sin poder hacer otra cosa más que retorcerme y ver cómo las lágrimas se fugaban de mis ojos, una tras otra, tras otra, en una interminable caravana. Pero la verdad es otra, la verdad es que ni yo sé bien qué fue lo que pasó.

Un día —tal vez un lunes ya que los lunes comienza la semana, los lunes se regresa a trabajar, se acaba el descanso. En definitiva, los lunes comienzan todos los males, la avaricia, las apariencias, las ganas de ser, la necesidad de tener, etc— desperté, me levanté de la cama y comencé a sentir que mi rodilla derecha estaba viva, como si ella tuviera manos y dedos, y con uno de ellos estuviera golpeando mi rótula insistentemente, como quien martillea un hombro o una espalda para llamar la atención de alguien y que al fin voltee a mirar. Eso es todo lo que recuerdo.

Yo no tendría ningún problema en cargar esta molestia conmigo unos días, quizá unas semanas, pero cuando las anheladas vacaciones están tan cerca, a la vuelta de la esquina, y cuando estas incluyen un viaje a visitar a la familia, a los amigos que hace años no se ven, la cosa comienza a ser molesta. Así que sin dudarlo le hice caso a mi novia y fui a terapia.

Al llegar al médico y ser examinado por este, lo primero que dijo, casi sin pensarlo fue: "Jugando fútbol..."—hizo una larga pausa (creo que fue larga o al menos así lo sentí) y agregó— "...me parece que no fue, aunque sea una lesión típica de los que practican este deporte". Obviamente aquel comentario, más allá de haber sido pronunciado con el fin de impartir gracia —o eso me parece— ni me lo tomaba personal, ni me parecía gracioso, pero debo admitir que en el fondo me hubiera gustado que la lesión que en ese momento cargaba fuera el resultado de una aparatosa caída luego de disputar un balón, salir corriendo con este hacia el área rival, esquivar a 1, a 2 y luego... recibir una barrida antideportiva por detrás, que además despertó la furia de mis compañeros de equipo. Pero estaba lejos de la realidad y además me sentía un poco culpable de aquella situación, de que aquel hombre de bata blanca pensara eso, sobre todo porque hace unos meses —bastantes meses—sí me ejercitaba, no al punto de ser admirado por mi físico o de despertar suspiros en mujeres, pero por lo menos me movía un poco más que hoy que a duras penas voy en bicicleta al trabajo... —¡BICICLETA, eso es!—Sin dejar pasar mucho tiempo después del silencio incómodo, proseguí a tratar de explicarle que fue andando de prisa en la bicicleta, que a veces salgo tarde de casa y tengo que ir muy rápido hasta el trabajo para llegar a tiempo, o medianamente a tiempo. No sé si me creyó o no, el caso es que el hombre me miró a los ojos, luego volvió su mirada hacia la rodilla y luego, su boca hizo un gesto rotundo que aún lo recuerdo y que precedió a unas palabras que acabaron con mi fantasía: "No lo creo, pero comencemos".

Durante dos semanas fui a que me metieran la rodilla derecha en una especie de tubo electromagnético por 20 minutos. Durante dos semanas, una vez en la mañana y otra en la noche, me puse hielo en el lugar de la inflamación. Durante dos semanas desperté con la ilusión de despedir aquel dolor para comenzar a jugar fútbol, que es el deber que la masculinidad impone. Pero todo fue en vano, porque no solo el dolor jamas se fue sino que aumentó y entonces comencé a parecer de verdad como un futbolistas lesionado que caminaba con cierto tumbado, cierta cadencia, por culpa de algún bruto que no supo medir su fuerza a la hora de quitar el balón. La desilusión no pudo ser mayor.

Finalmente llegaron las vacaciones y tuve que viajar así. Por supuesto que lo disimulé muy bien, porque más humillante que un médico que se burle del estado físico de su paciente es un familiar o amigo diciendo "pero se está tomando la sopa ya ni puede caminar bien por eso" o cualquier otro comentario por el estilo... eso sin incluir el trato de bebé que cualquier mamá, a cualquier edad está dispuesta a proporcionarle a su bebé que hace mucho dejó de ser bebé. Así que practiqué a solas, en cada baño que visité, en cada especie de pasarela improvisada que encontré y me encomendé para que mi rodilla no me robara protagonismo. Felizmente puedo decir que mi plan fue todo un éxito y que además nadie dijo nada por el deplorable estado físico—no sé si fue porque metí barriga sin darme cuenta o porque no estoy tan mal como creo estar—.

Vacaciones, ¿era a caso eso lo que me estaba pidiendo mi rodilla? y con vacaciones no me refiero a que descansen ellas, porque claramente ellas están felices en mi cuerpo porque no son exigidas, porque tanto a ellas como a mi nos gusta la vida simple, sin tanto agite, sin tantas correderas. Creo que al final todo se trataba de eso, porque cuando regresé al trabajo y recordé el dolor que cargaba en mi tan solo hace unos pocos días, tal molestia ya no existía. Traté de tocarme buscando el punto exacto del martilleo, pero fue imposible.

Ahora que es lunes nuevamente, puedo decir que por fortuna solo queda el recuerdo divertido de una rodilla. Pero como ya lo dije antes, los lunes no llegan solos, llegan con sus males y ahora siento que es mi corazón el que martillea, el que está vivo. Pero creo que la cura para él es mucho más complicada y no bastará con practicar movimientos con simular que no duele, porque la verdad es que sé muy bien que lo que está pidiéndome es que vuelva junto a esa gente que con mi regreso quedó atrás.

21 de mayo de 2014

Molestias

Doctor, doctor, no me duele nada, tampoco estoy preocupado por alguna aparición maligna o siquiera benigna. Simplemente he venido escuchándome la voz y no está bien, nada bien. Pero como le digo, no se trata de una dolencia o molestia, o bueno, molestia tal vez sí. Me viene molestando la forma en que suena. Ahora que me lo pregunto, ¿no será problema de mi oído, de la forma en que me escucho? No, no lo creo. Por favor, mire bien a ver si se puede hacer algo. ¿Quiere que le diga A? AAAAAAA. ¿No, no ve nada? ¿Qué puede ser? Por favor, ayúdeme. No soporto ese sonido. ¿Y si me da una especie de enjuague bucal, o unas pastillas. Algo?

No me mire así, doctor. Dígame que esto tiene una cura. ¿Será que no estoy diciendo lo que tengo que decir? ¿Será que debo hablar (de)más?

Ay doctor, mejor no lo hago perder más el tiempo, ni yo sigo perdiendo el mío. Sabe qué, tanto tiempo con este sonido chillón adentro me ha hecho decir lo justo, ser bastante breve. Así que, ahora que lo pienso mejor, no quiero terminar como político en tarima extendiéndome y extendiéndome.

Nuevamente discúlpeme por mis molestias que solo son una molestia para usted, por mis inseguridades, por mis temores, por estos arrebatos que algunas veces me dan que dizque por encajar que porque a veces me siento solo y relegado, pero qué va, yo estoy bien así, con todo y mi voz chillona.

Que hablen los demás, yo callo.

12 de mayo de 2014

No, la lluvia y el cielo oscuro que le acordaban a esa ciudad en la que tanto tiempo vivió y a la que por alguna razón decía pertenecer, sin que fuera cierto, esta vez no le subían el ánimo. No, tampoco servía de mucho que al fin hubiera podido leer esos libros que tanto tiempo lo habían esperado, pero había tenido que ignorarlos por falta tiempo, o simplemente por pereza. No, no se sentía cómodo con lo que hacía, no se sentía cómodo en donde estaba, pero tampoco quería volver, ni sabía a dónde quería ir.

Así que cerró los ojos, respiró profundo, sintió el aire entrar y salir por su nariz lo cual le produjo un pequeño cosquilleo en sus fosas. Luego volvió a abrir los ojos y resignado se dijo a sí mismo: "debe ser cosa del maldito lunes". Entonces, sin mucho por hacer, continuó su día entre lamentos, maldiciones y rabia contenida, siempre con la ilusión de que se acabara pronto esa tortura y comenzara esa otra a la que llamaban martes. Total cuando se hace algo de lo que cual no se está seguro si se quiere seguir haciendo o no, todos los días son iguales, o por lo menos parecidos.

13 de febrero de 2014

Usted

Usted que es una persona
del común,
que no se puede dar el
el lujo
de fingir que es otro
y luego
volver a ser el que
era antes,
¿ha sentido alguna vez
una
pequeña pero molesta obstrucción
arriba,
a la altura de los párpados,
como una
filtración de agua,
como un
escape que al final no es
nada,
pero que igual lo consume
y lo
desgasta tanto como
cuando
dicha fuga líquida se produce?

¿Usted me podría decir
qué hacer?

5 de febrero de 2014

Solo quería llorar

Solo quería llorar, no sabía por qué,
pero necesitaba hacerlo,
necesitaba cerrar los ojos
y sentir sus lagrimales vivos,
necesitaba contener la respiración
y que su corazón
comenzara a bombear sangre más seguido,
que chocara contra su pecho,
que los mocos dejaran
de esconderse petrificados en la nariz,
que la boca se hiciera cargo del aire
y emitiera pequeños sonidos ahogados.

Solo quería llorar,
por eso buscó en su cabeza
la canción más triste que conociera.
Buscó en internet,
pero ninguna lograba el cometido,
todas terminaban siendo
cantadas o tocadas
arrítmicamente por su mano
golpeando la mesa de madera.

Finalmente
apareció el aviso de estar
con la última reserva de batería,
los últimos minutos,
los últimos instantes,
los últimos...

Se apagó.

Entonces,
decepcionado de sí mismo
por no lograr lo único
que se había propuesto esa mañana,
levantó la cara
y con la pantalla
de su computadora en negro
vio su reflejo,
vio la anhelada tristeza
y así, sin más,
comenzaron a salir las lágrimas
una tras otra, tras otra, tras otra...

Pasados unos minutos
(varios minutos)
apareció lo inesperado.
Sus labios se movieron horizontalmente,
sus pómulos engordaron
y los dientes superiores (algunos)
se mostraron a través
del pequeño hueco en su boca
y así, la garganta emitió un sonido
que se volvió repetitivo:
"Já...Já...Já...."

Y así terminó todo.

20 de enero de 2014

Lunes

Lunes, es medio día y aún trato de hacer lo que se supone que debo hacer. Trabajar hasta la asfixia, ser medianamente creativo para recibir a cambio lo que me permitirá tener un hogar con ciertas comodidades, no muchas, pero lo suficientes como para que mi familia y yo podamos estar bien. Así funciona esto, das tu tiempo y tu energía y a cambio te dan papeles de "valor", mientras tanto tu alma sueña y sueña, y sigue soñando. Qué tal si hubiera sido uno de esos artistas que venden un cuadro y con eso ganan millones. Qué tal si hubiera sido un músico, que va de ciudad en ciudad, de país en país tocando una mediocre canción una y otra vez. Que tal si...

Basta de suposiciones con el pasado, ya fue. Pero hay otra ventana, otra posibilidad. Qué tal si me levanto todas las mañanas temprano y escribo. Escribo historias; escribo a pesar del cansancio. No con el fin de alcanzar la fama que no pude nunca lograr, y que no sé si la quiero alcanzar, solo con el fin de que mi alma, mi mente descanse un poco. Y qué tal si me uno con otras personas queriendo gritarle al mundo que no estamos muertos, estamos en una oficina, pero podemos crear. 

Entonces me doy cuenta que lo que en un principio iba a ser una queja de lunes al medio día, se convirtió de la nada en un grito de auxilio, un grito que quiere invitar a otros a que se unan a mi. Sin compromiso, siga, siga, acá lo(a) espero para que hagamos animaciones, comics, cuentos, etc. O no, mejor con compromiso. Con todo el deseo para que no se tengan que repetir más lunes lejos de donde se quiere estar.

11 de julio de 2013

Palabras

De pronto comenzó a sentir que las palabras huían de él,
comenzó a sentir que aunque su mano sintiera
profundas ganas de tomar un lapicero entre sus dedos
para luego salpicar una hoja, o muchas, con tinta,
las palabras se encontraban distantes.

"¿Pero por qué?"
"¿Qué hice, para merecer esto?"
"¿Qué debí haber hecho para evitar esto?"
Se preguntó una y otra vez,
pero no obtuvo respuesta alguna.

No siempre que se quiere, se puede.
No siempre que se puede, se quiere.
A veces la rutina pasa su cuenta de cobro,
a veces el yo se convierte
en un peso, un gran obstáculo
que impide el desprendimiento
que a veces, requieren las palabras.

Entonces decidió tenderse a sí mismo una trampa,
decidió pensar en sí mismo en tercera persona
y descubrió que ese otro escribía mejor que su yo.

¿Pero qué tanto estaría dispuesto a
abandonar ese yo que el tiempo había construído,
qué tanto estaría dispuesto a dejar de ser?

Esa era la pregunta
que ahora rondaba su cabeza.

22 de mayo de 2013

Sueño

Algún día se levantará de su puesto, sueña, los mirará a todos sin decir una sola palabra, luego recogerá todas sus pertenencias y se irá -no porque lo estén echando del trabajo-. Luego caminará lentamente por las calles, mirará sus piernas y sus pies, el ritmo de estos mientras la su sombra se dibuja en el asfalto estirando su figura, haciéndolo parecer un gigante. Entonces, levantará la cabeza, mirará directamente al sol y disfrutará quedar encandilado haciendo este ejercicio, continúa soñando.
Al llegar a su casa, no prenderá su computador, simplemente buscará su agenda, sacará de su mesa de noche ese esfero reservado para palabras especiales y se pondrá a escribir. Pasarán las horas y seguirá escribiendo, totalmente abstraído, totalmente entregado a cada letra que tatúa en aquellas blancas hojas. Finalmente se detendrá, leerá lo que escribió y gritará "Al fin soy libre".
Los años pasarán y lo encontrarán haciendo exactamente lo mismo que en este momento, recordando aquel momento en que se atrevió a soñar.

11 de abril de 2013

Somos


Por qué si sabemos lo que queremos hacer,
si sentimos que hay cosas que nos gustaría vivir haciendo
insistimos tanto en perder el tiempo
con otras que nos acaparan, nos debilitan,
y al final debemos vivir una vida
llena de sueños y anhelos,
una vida prestada
que poco tiene que ver
con quienes somos,
con quienes deberíamos ser.
Somos lo que nos permitimos ser a nosotros mismos,
Lo que nuestra baja moral nos deja ser,
Somos quienes no debemos ser.

5 de febrero de 2013

El horizonte


Miro al horizonte para no perderme,
miro allá en donde la gran mayoría
mira solamente con telescopios.
Yo sé que a simple vista no se ve nada,
Yo sé que lo que aparentemente estoy viendo
Ayer se vio y antier también,
Incluso, lleva siglos viéndose,
Sin embargo, cuando miro el infinito,
Veo también mi existencia desprenderse de mi cuerpo,
Siento mi mente descansando
Porque sabe que no va a encontrar
Ningún reflejo que
La lleve luego a adoptar una pose falsa,
Y entonces, puedo verlo todo mucho más claro,
Entonces, puedo volar
Porque estoy mucho más liviano,
Porque ya no soy yo
El que está al mando,
Es el viento, es alguna nube
Que en ese momento está desfilando,
Es alguna hoja cantando,
Es algún pájaro jugando
A ser estrella fugaz.